Clink… Clink…Clink.
“¡Idiota, nunca vuelvas a comprar algo de Timothy Baes,
nunca jamás!” Ben repetía una y otra vez para sus adentros, su mente se
encontraba en llamas mientras sus dedos conocían la más fría de las heladas.
Pocos saben lo que es el frío de las primeras horas dentro de los bosques Jundianos,
y aun menos son los que logran sobrevivir hasta el mediodía sin la compañía de
una fogata; Benjamin había confiado demasiado en su suerte intentando cruzarlo en
menos de un día de marcha, y como consecuencia la noche lo había alcanzado en
pleno corazón de Jund.
Hacia ya unas horas que se encontraba refugiado en un
pequeño claro donde el clima no castigaba tan fuerte, no obstante quedarse
estancado allí no era una buena ideas.
Clink… Clink…Clink…
Golpeaba una y otra vez un mineral contra otro utilizando un
pequeño trapo, pero no lograría obtener fuego sino solo un molesto sonido
metálico. Muy dentro suyo sabía que estaba luchando una batalla condenada a
fracasar desde un principio, hacer funcionar esa yesca húmeda y de mala calidad
iba requerir algo que sin dudas no poseía.
No había otra opción, debía reiniciar su marcha aunque sus
pies entumecidos le impidan continuar. Sentía los ojos bastante apesadumbrados
frente a la oscuridad y, como si fuera poco, para guiarse por su oído primero
tendría que alejarse lo suficiente como para que los murmullos del río se
pierdan entre la densidad de los árboles. En condiciones normales poseía una
mente aguda y practica, pero en ese momento sus ideas eran solo un garabato; su
convaleciente esposa necesitaba las medicinas en su morral, pero para llegar a su
cabaña debía sobrevivir primero.
Solo existía una única verdad, ambos vivirían solo si él retomaba
su marcha; decidido a cruzar el bosque en la mas completa y absoluta oscuridad
guardó finalmente sus elementos y con bastante dificultad comenzó a avanzar
hacia el norte.
Ben sentía como si nadara en un mar negro, denso como el
alquitrán y compuesto solamente de ramas y hojas; sus brazos y piernas estaban
todos cortados y, pese a que no podía verlos, podía sentir calidos y delgados
hilos de sangre escapar de sus heridas. Alrededor reinaba el más absoluto de
los silencios y eso realmente lo incomodaba, ningún ave nocturna ni insecto
cantaba en esa noche dejando solo al misterio como protagonista absoluto.
Súbitamente un aullido quebró la noche y antes de darse
cuenta se encontraba corriendo, y así se mantuvo por largo tiempo hasta que su
pecho agitado no aguanto más. Con la velocidad de un rayo sacó de su cintura un
cuchillo y comenzó a envolver su brazo izquierdo en su capa; en su pasado había
sobrevivido a varias jaurías de lobos, conocía sus técnicas de caza y más aun sabía
como responder frente a ellos pero hoy se encontraba en las peores condiciones
posibles: débil y ajeno a cualquier luz.
Varias son las supersticiones centradas en la figura del
lobo, algunas solo cuentos para asustar niños y alejarlos de los montes y
boscajes mientras otras son exageraciones basadas en hechos reales. Garras que
cortaban carne con la facilidad de un cuchillo afilado por el mejor herrero,
aullido capaz de atacar los corazones débiles y paralizar el cuerpo, y ojos
capaces de maldecirte por el resto de tus días. Los lobos de Jund eran, sin
lugar a dudas, la especie sobre la cual se podrían haber creado todas estas
leyendas y la que mejor esgrimía algunas de estas características.
La espera se hizo silencio, solo silencio y oscuridad
alrededor de una triste certeza: los lobos habían olido su sangre y se
acercaban en el mayor sigilo. Ante el primer sonido, Benjamin actúo como lo
haría cualquier presa y hecho a correr intentando alejarse del peligro. La
única manera de sobrevivir era no entablar combate y su único aliado era,
irónicamente, el miedo a la muerte; en penumbras corrió, saltó y se arrastró a
ciegas hasta dar con un declive que lo hizo rodar nieve abajo. Débil y mareado,
el suelo se le escapaba de las manos al intentar ponerse en pie y, como una
presa herida, espero su final. Consciente y preparado.
Pero esa noche la muerte tenía otros asuntos que atender y
los lobos también.
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Levemente recuperado Benjamin intentó nuevamente
incorporarse pero su pierna se encontraba destrozada. Antes que el creciente dolor
nublara sus sentidos, ató una parte su abrigo para detener la sangre y le arrojo
encima lo poco de wisky que aun conservaba, eso iba a servir por el momento.
Usando el tacto buscó alguna señal que le indicara donde
estaba, por la falta de viento y la pared rocosa detrás de él comprendió que
había rodado hasta caer dentro de alguna cueva; recordando un crujido al caer
comenzó buscar sobre el suelo ,encontrando varias piedras finas y filosas hasta
dar con un montón de ramas apiladas y cenizas. Al parecer alguien había armado
una fogata… eso significaba que, sin lugar a dudas, no se encontraba solo en lo
absoluto...
Cuchillo en mano comenzó a arrastrarse lentamente por el
suelo helado, controlando su respiración, con el mayor sigilo posible comenzó a
avanzar. Su corazón se detuvo por un momento al golpear lo que parecía ser una pierna,
reaccionó buscando el cuello de la persona y depositando el cuchillo allí en
forma de amenaza. Pero lo que no esperaba era que la piel de este extraño se
encontrara mas fría que la nieve y el viento, rígida como la piedra misma y tensa
como si hubiera encontrado el fin lo hubiera encontrado consciente.
La calma desapareció así como el poco calor que conservaba
comenzaba a abandonarlo. Su respiración se acelero tanto que estuvo a de
desmayarse, el mundo comenzaba a perder sentido hasta que en la desesperación
toco algo que le devolvió el alma al cuerpo. Entre las mantas alrededor del
cuerpo reconoció mediante el tacto una yesca.
Clink… Clink…Clink…
¡Fuego!
Utilizando las ramas secas encontraras previamente finalmente
obtuvo llamas, luz y, lo más importante, esperanzas. La cueva comenzaba a
teñirse de colores rojizos y anaranjados bajo la llama, cuando sus manos y pies
estuvieron finalmente calientes , luego de alimentarse de algo de carne seca
que llevaba para el camino y arrancar fragmentos de varios minerales de sus
manos y piernas, se acerco a corroborar el estado del cadáver que irónicamente
le salvo la vida. Él era alto y muy delgado, y, por la expresión de sus ojos
oscuros, enfrentó la muerte cara a cara. Benjamin buscó sin éxito entre las ropas
del hombre hasta encontrar debajo de él una suerte de manuscrito; estaba
escrito con expresiones un tanto antiguas, usadas en su momento por su padre o
su abuelo; eso era algo curioso por el estado en que se encontraba el cadáver.
Observándolo con atención notó que la degeneración causada por la muerte se
encontraba en un estado muy leve, apenas la sangre se había acumulado en los
tejidos y no tenia indicio alguno de esos insectos o sabandijas que comúnmente
se alimentan de carne muerta; era realmente algo extraño. Volviendo su atención
a las notas, Benjamin comenzó a leerlas despacio con el fin de descifrar
correctamente la caligrafía.
Todas las cartas estaban dirigidas a un tal “Señor” por un
hombre que se hacia llamar “Senescal Reginald Lodesnor” siendo la excepción una
escrita por “Ethan de Durn”. Aquí las he ordenado por fecha aunque aun desconozco
la relación de éstas con el cuerpo aquí presente.
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Mi señor, debo
confesar que finalmente he conseguido atrapar al delincuente que ha robado “el
zafiro de los mares” de vuestra nueva esposa. La señora en un principio
considero haberla extraviado a los pocos días del casamiento, pero mi ojo
observador me ha llevado a considerar el robo debido a la desaparición de
varias llaves correspondientes al primer piso.
Hemos revisado las
habitaciones de todo el personal y doncellas que le sirven, hallamos la joya
entre las plumas de la almohada de un lavacopas. Debe saber que el muchacho
tuvo inmediatamente una cita con la horca, así que no hay nada de que preocuparse.
Solo me llama la atención sus ultimas palabras: “¡Es un error!”
Cuando Ud llegue a la bahía de la sirena
recibirá esta carta, bien sepa que con la joya la nueva dama ha recobrado
finalmente su ánimo jovial el cual había disminuido por su partida hace ya casi
treinta lunas. Como contraparte su hermano, el Barón Luther de Durn aun no ha
vuelto, días después de su partida a desaparecido sin previo aviso.
No lo molesto mas, mi
Señor, tenga por seguro que tendremos todo preparado para celebrar su vuelta a
casa.
*
Mi señor, graves
noticias. Su esposa ha fallecido tras casi seis días de padecer una fiebre que la
ha consumido. El dolor es grande entre sus hijos, en especial la pequeña
Elizabeth que no se ha alejado del cuerpo desde el alba. Ahora mismo bajo las órdenes
del joven Ethan, ante el miedo de una epidemia, ha pedido explícitamente que
luego de la ceremonia el cadáver sea cremado. Se que el joven amo no quería
demasiado a la señora, sus continuas discusiones y ciertos roces generaron una
larga enemistad entre ambos de la cual desconozco su origen, pero no podemos
ignorar la amenaza que sería para su familia y su gente una epidemia en este
momento. En el peor de los escenarios los únicos a salvo serian Ud y el Barón
Luther de Durn que aun no han regresado.
Lo espero con ansias, imagino
que la vuelta se vio postergado por algún imprevisto que espero no sea de
consideración. Mi voluntad esta con Ud hoy y siempre, en especial en estos días
grises.
*
Tragedia mi señor, su
hija Elizabeth se encuentra enferma. Padece el tercer día de una gran fiebre y
por los indicios en su piel puedo afirmar que padece lo mismo que la difunta
dama. Asumo que el tiempo que pasó velando a la antigua señora fue suficiente
para ser atacada por la enfermedad. Mientras el boticario esta haciendo todo lo posible, el joven Ethan ha partido hace dos días en
busca de la anciana en la montaña de fuego, dijo que allí encontraría
respuestas pero no ha vuelto aun. ¡Oh señor! Que la desgracia se aleje de
nuestra puerta, su familia ha sufrido mucho para permitir la perdida de otro
ser querido. Debería ver en este momento a su hija, tan tranquila durmiendo
abrazada al zafiro, teme olvidarse de la antigua dama; tan cordial y amable aun
en este momento tan critico.
Rezare día y noche por
su inmediato regreso y la salud de sus hijos, los cuales quiero como si fueran
míos.
*
Temo darle la peor de
las noticias, han pasado varias lunas desde que Elizabeth ha muerto y ahora el
joven Ethan se encuentra manchado por esta enfermedad a la cual llamamos
“Viento helado” por que apaga la vida como si una llama fuera. El joven ha
cabalgado varios días en estado de enfermedad antes de llegar al castillo, se
niega que nadie ponga un pie en su habitación argumentando lo contagioso de la
enfermedad luego de saber que el boticario compartió el mismo destino que
Elizabeth. Ethan se ha pasado día y noche frente a la ventana acompañado solo
por la llama de una vela, una pluma y papel de por medio; no creo que haya
parado de escribir en estos días.
Señor, tenemos miedo.
*
Padre, Tengo que contarte la verdad y será por medio de esta carta ya
que para cuando estés de vuelta yo no me encontrare aquí con vida. He cabalgado
junto a los más valerosos y fieles de nuestros hombres hasta la extenuación
para poder salvar a mi hermana, el destino fue la montaña de fuego. Si alguien
podía detener esta enfermedad, sin duda seria la anciana; tras pasar por el
viejo bosque de Jund llegamos finalmente a nuestro destino. Caminamos cuesta
arriba hasta llegar a la cueva.
-
Anciana de la montaña, hija de las llamas y
señora del tiempo. Te presento mis respetos. Soy Ethan de Durn y vengo humilde
a pedir ayuda, mi familia muere y el asesino no posee cuerpo que ajusticiar.
Pero la única respuesta fue el eco de mis palabras, juro que grite
hasta que mi voz flaqueo y solo entonces me adentré solo a la cueva. Tras
caminar un largo trecho acompañado por una antorcha y luego de girar sobre
varias esquinas de ese angosto pasaje llegué a una depresión natural donde el
calor comenzó a aumentar mientras el aire parecía escasear. Mi resolución no
había disminuido, no volvería al castillo hasta no conocer a la anciana,
lamentablemente en el estado que la encontré seria imposible obtener respuesta
alguna. Yacía en una recamara sobre varios cristales azulmarinos que crecían
naturalmente a los costados de la cueva, tenia la garganta cortada de lado a
lado. Pobre mujer.
Cuando me disponía a volver noté algo que llamó bastante mi atención.
En esa cueva crecían unos minerales azulados similares a los utilizados para
crear el zafiro de los mares, la joya que fue regalada a mi madrastra pocos
días después de la boda. Entonces todo tomó forma. El Barón Luther fue quien le
regalo esa joya a tu difunta esposa, la joya se encontraba junto a ella y a Elizabeth
hasta que encontraron la muerte, el cristal azul se encontraba junto a la
anciana y seguramente el cristal es la causa de mi enfermedad actual. Solo hay
dos preguntas,
¿Si la anciana vivió toda su vida allí, por que no la afectó?
Y ¿Dónde se encontrara el Barón Luther, mi nefasto Tío? Estoy seguro
que al menos para esta última encontrare respuesta, una respuesta manchada con
su sangre…
Mañana mi informante volverá con su ubicación y saldré a cazarlo, donde
quiera que este.
*
¡Que terror! ¡La mayor
de las traiciones!, No encuentro palabras para describir mi hallazgo. Mi señor,
su hermano es un traidor. Y digo esto con todo fundamento y tengo pruebas que
lo avalan. ¡He enviado varias cartas dirigidas a Ud para informarle las
tragedias que se han cernido sobre su familia y nunca llegaron a sus manos por
que las tengo todas aquí conmigo! Y no es por error ni omisión, no hubo
descuido aquí sino que las cartas dirigidas a su nombre eran llevadas a la
habitación del Barón Luther por órdenes de él mediante un acuerdo a los
heraldos, un acuerdo a vuestras espaldas. He entrado a su habitación, la cual
se mantiene casi vacía ya que él no hay
vuelto aun, y me he encontrado con estas cartas mientras buscaba el libro de
Durn entre su biblioteca. Esperaba encontrar una precedente de esta enfermedad,
el “Viento helado”, en la historia de la región pero en su lugar encuentro
todas estas cartas y notas. No solo mías sino decenas de otras redactadas por
la familia. Y la mas preocupante, una escrita como el Ethan donde cuenta su
viaje a la montaña y descubre el culpable. Ahora no dudo sobre quien esta
detrás de esto. Esta carta estará conmigo en caso de que algo suceda, esperemos
que no; mientras tanto iré e busca del joven el cual ha desaparecido rumbo al
sur.
*
Esta será mi última
carta, me encuentro en una desconocida cueva de Jund condenado a la muerte.
Hace dos días que vengo huyendo de los soldados del Barón Luther luego de
encontrar el paradero del joven Ethan quien había desaparecido hacia unas
noches. Me disculpo si soy muy desordenado con los hechos pero no tengo mucho
tiempo. Tras varios días iniciada mi búsqueda finalmente encontré al joven
Ethan, se encontraba descansando sobre la orilla de un río, la vida se escapaba
de sus manos cuando comenzó a contarme…
“Encontré a mi tío, el barón de Luther esta mañana. Se estaba
escondiendo en una cabaña bajo el cuidado de varios hombres de la familia, al
llegar a él me encontré a un ser completamente desconocido. Su piel estaba
derretida como la cera de una vela gastada y las cuencas de sus ojos estaban
casi perdidas dejando las pupilas completamente ocultas. Juro que dude un
instante, hasta que comenzó a hablar. Largó una carcajada que pareció como un
grito, una vez calmado me confeso la verdad. Él asesinó a la anciana para
obtener la joya, el zafiro de los mares,
el cual entregó a la esposa de mi padre, si todo salía bien ese mineral
venenoso asesinaría a todos y lo dejaría como regente de Durn. Pero a los pocos
días notó que la bruja, antes de morir y con sus ultimas fuerzas, lo maldijo.
“Tu alma será reflejada por tu carne” susurró
y bajo esas palabras comenzó a perder la piel, pelo y volverse un
monstruo; debido a ello no pensó en
volverla castillo hasta recuperar su antigua forma. Cuando le pregunte el por qué la bruja no padecía la enfermedad él
me respondió que creía que el calor anulaba el efecto del veneno. Luego de
ellos discutimos y peleamos, las cosas se complicaron y llamó a sus hombres.
Apenas pude escapar y llegar a este río donde las fuerzas me abandonaron.
Escúchame y escúchame bien, Reginald Lodesnor, en este pañuelo esta el zafiro de los mares. Necesito que te
deshagas de él, para que no dañe a nadie mas llévala a un lugar donde nadie la
encuentre jamás. Donde no pueda tomar otra vida.”
Juré guardarla y
llevarla conmigo cuando aparecieron los hombres del Barón Luther y escape sin
más. Cabalgue durante largo tiempo, sin destino más que escapar de ellos cuando
la noche me encontró; dirigí a mi caballo para que huya en dirección contraria
y me adentre a pie a esta cueva. Antes de ingresar agarre unas cuantas ramas
para poder mantener el calor durante la noche, mientras me habría paso y debido
a la falta de luz y mi torpeza, sin querer golpie fuertemente la pared con la
mala suerte de dañar la joya. Ésta, juro que era más delicada de lo que
parecía, se partió en varios fragmentos que cortaron mi piel. En ese momento me
di cuenta que estaba condenado, a menos que pueda mantenerme cerca del calor
(como bien había sobrevivido la bruja al contacto con los cristales durante
largos años) así que utilice la yesca para iniciar un fuego y mantenerme aquí
el tiempo que pueda…
Y así estoy ahora,
rodeado por más sombra que luz. El frío comienza a acelerar mi partida, mi alma
comienza a flaquear junto a la llama… y cuando esta se extinga mi vida lo hará
también.
Espero al menos
cumplir mi promesa y que nadie jamás vuelva a encontrar esta joya…
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Benjamin quedó completamente estupefacto ante la historia,
no solo por su contenido y poder sino por que recordó esas pequeñas piedras
filosas con las que se había cortado mientras avanzaba por la cueva a ciegas, estas
tenían un color particular. ¡Un color Azulado!
Ya era muy tarde para él, horas habían pasado y comenzaba a
sentir la fiebre surgir. El fuego se acababa y con él se iría
también su vida. Y ante esta situación solo habia una cosa por hacer...
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